Desde hace unas semanas, vengo reflexionando mucho sobre la jornada laboral de cuatro días por toda la corriente que viene desde Estados Unidos sobre este tema. Como resultado, estoy más atento a la temática de las horas de trabajo reales de las personas. Ahora tengo en mis hijos unos interlocutores válidos pues ya están trabajando.
El otro día, uno de ellos me comentaba que un amigo suyo trabajaba excesivamente. Al preguntarle el motivo, me contó que esa semana, un día había comenzado a las 9 y regresado a casa a las 21:30, llamándole para quejarse. Le pregunté si eso le sucedía todos los días y me respondió que no. De hecho, le pedí que le preguntara a su amigo cuántas horas trabajaba en total. Su amigo reconoció que era la primera vez en meses que sucedía algo así y, al reflexionar, admitió que muchos viernes trabaja solo seis horas y que, cuando opta por el modelo híbrido, se relaja, siendo una práctica mínima de dos días a la semana.
Solemos caer en el sesgo de evaluar nuestras horas de trabajo semanales basándonos en el día que más hemos invertido en la semana.
Ayer estaba escuchando un podcast en el que entrevistan a Malissa Clark, experta en productividad personal y jornadas laborales, así como en workaholismo. Me interesa su perspectiva sobre cómo Boston Consulting Group en EE. UU. está realizando un gran esfuerzo por reducir las jornadas de los empleados más jóvenes. Esto me sorprende y agrada a la vez. Ese tipo de consultoras parecía que se les llenaba la boca hace años por lo mucho que trabajaban sus equipos.
Al hablar nuevamente con mis hijos sobre esto, me comentan que muchos de sus amigos se sienten agotados no por la carga de trabajo, sino por los horarios, ya que deben permanecer en las oficinas porque sus jefes no se van, lo cual es lamentable. Al preguntarles qué hacen, me dicen que básicamente lo que les apetece, como navegar por internet o chatear. Pero que el hecho de tener que quedarse, les impide llegar al gimnasio, llegando tarde a casa y molestos con su empresa.
Entonces, recuerdo otro artículo que leí la semana pasada, del Dr. Anders Hansen, sobre el impacto del ejercicio en las capacidades cognitivas, el estado de ánimo e incluso en el liderazgo. A esa compañía le resulta costoso que la gente no se vaya porque los jefes permanecen allí.
Pensando en esto, he llegado a la conclusión de que aún nos queda mucho por hacer, pero las cosas están cambiando y van a cambiar aún más. También es verdad que no todo es válido. Si queremos una buena conciliación, debemos ganárnosla aprendiendo a ser efectivos y evitando perder el tiempo, como a menudo hacemos sin ser conscientes.
No podemos pretender trabajar cumpliendo horarios y luego ser inefectivos durante la jornada laboral.
A mis hijos intento no decirles algo que torpemente podría aplicarme y es que para ser un buen profesional y empezar con buen pie tienen que ser los últimos en irse y dar una buena imagen. En cambio, les aconsejo lo siguiente:
- Priorizar y planificar la semana.
- Solicitar feedback de sus managers.
- Comprometerse con el deporte y un sueño reparador.
- Mantenerse humilde y aprender continuamente.
- Reflexionar sobre cómo se organizan y organizarse para mejorar constantemente.
Yo mismo cometí errores durante años, lo que me llevó a un agotamiento en 2013, resultando en malas decisiones, malos resultados y un largo etcétera. Irónicamente, ahora me dedico a ayudar a otros para que no les suceda lo mismo. No estoy seguro de si estas conversaciones son útiles para mis hijos, pero lo que sí sé es que el mundo se dirige hacia ese modelo. No se trata de calentar la silla, sino de obtener resultados por ser capaces de entender lo que significa trabajar de manera inteligente, no más dura, y asegurar nuestra mejor versión a nivel físico, emocional y cognitivo de manera sostenible en el tiempo.